Orar y viajar se tienen que hacer en soledad: para rezar , meditar , ver, examinar y valorar, tienes que estar solo y a tu aire.
Si no es así, otras personas pueden confundirte: el sacerdote predicando , la charla de un experto, el libro de meditaciones , solaparán tus impresiones de peregrino en tierras por descubrir con las suyas; si son una buena compañía no te dejarán oír en tu interior la Voz que quiere que escuches, obstruirán la vista, y si son aburridas corromperán el silencio con banalidades, haciendo trizas tu concentración con frases del tipo: «Oh, mira, está lloviendo» y «Cuántos árboles tienen aquí», "Jesús es tu amigo", o "soñad y os quedaréis cortos".
Sea como fuese, buenos o malos,lo cierto es que te ayudarán poco.
Es complicado ver con claridad o pensar atinadamente en compañía de otras personas. La lucidez que proporciona la soledad es un requisito indispensable para capturar esa estampa que, aunque banal, en privado se revela especial y digna de interés. Enriquecedora.
Esa fue la lección que aprendí en Guatemala al pasar meses viajando en soledad.
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