Lo cuenta Juan Pablo I:
Juan era cocinero.
A la entrada de la cocina estaban echados los perros. Juan mató un ternero y echó las vísceras al patio. Los perros las cogieron, se las comieron, y dijeron: "es un buen cocinero, guisa muy bien".
Poco tiempo después, Juan pelaba los guisantes y las cebollas, y arrojó las mondaduras al patio. Los perros se alejaron sobre ellas, pero torciendo el morro hacia el otro lado dijeron: el cocinero se ha echado a perder.Ya no vale nada".
Sin embargo,Juan no se conmovió lo más mínimo por este juicio, y dijo:
- Es el amo quien tiene que comer y apreciar mi comida. No los perros. Me basta ser apreciado por mi amo.
Es posible que tengas jefes como esos perros. Te alabarán cuando las cosas vayan bien, darán saltitos de alegría cuando te vean llegar con el fruto de tu trabajo. Como los pescadores al cormorán, te pondrán un anillo al cuello para arrancarte del pescuezo el pez que atrapaste...
Pasará el tiempo , llegará tiempos difíciles, y te echarán la culpa de su estúpida gestión...
No te conmuevas, Juan: lee el salmo 37.
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