Leo a Natalia Ginzburg en "Las pequeñas virtudes":
«Yo pertenezco a una familia donde todos llevan los zapatos fuertes y en buen estado. (…) Pero yo sé que también se puede vivir con los zapatos rotos». Y, después de contar algunos momentos de su vida, termina: «me preocuparé de que mis hijos tengan siempre los pies secos y calientes, porque sé que así debe ser, si se puede, al menos en la infancia. Es más, tal vez, para aprender después a caminar con los zapatos rotos, sea conveniente tener los pies secos y calientes cuando se es niño».
Y este fragmento, maravilloso:
" Creo que no hay que enseñarles las pequeñas virtudes, sino las grandes. No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia hacia el dinero; no la prudencia, sino el coraje y el desprecio por el peligro; no la astucia, sino la franqueza y el amor por la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; no el deseo del éxito, sino el deseo de ser y de saber».
Esas grandes virtudes, que no se respiran en el aire, «deben constituir la primera sustancia de la relación con nuestros hijos, el principal fundamento de la educación. Además, lo grande puede contener también lo pequeño, pero lo pequeño, por ley de la naturaleza, no puede de ninguna manera contener lo grande».
Recordé esas enseñanzas de mis padres. También nos educaron para las virtudes grandes. A mi padre le brillaban los ojos cuando hablaba de libertad, de dar la vida por los grandes ideales - él mismo despreció por amor una vida fácil , que le supuso el destierro de su casa, y ser deshederado por ello de por vida.
Un cuento de hadas muy sabio y antiguo cuenta la historia de un hombre que busca por todos los lados el tesoro sin precio —una flor azul .
Tanto buscar , y resulta que está en el umbral de su casa.
No es infrecuente que nos pase algo así. Buscamos esa flor soñada en lugares
remotos, viajes sorprendentes y extraños, experiencias apresuradas, y de pronto la descubrimos temblando junto a la ventana de nuestra cocina, con los pétalos empapados de leche.
Estaba allí, a nuestro lado, y no lo sabíamos. Y lo raro es que una vez hallada no
sabremos qué hacer con ella, pues su naturaleza es estar de más. No la toques
Pero entonces ¿por qué habría de sernos tan preciosa? El poeta se refirió a esas flores que de forma inesperada nos entregan los sueños de nuestra infancia a través de su aroma.
Son flores imaginarias, pero que obran sobre la realidad, puentes instantáneos entre el hombre y las cosas. Que nos ponen en comunicación con el misterio de la vida, y vuelven habitable el mundo.
Eso es la familia, el hogar, el recuerdo de mi niñez.
Pues ya lo sabéis. Abrid despacito la puerta de su casa y mirad con atención al entrar. Cualquiera puede ser el hombre o la mujer del cuento, y encontrarse la flor azul en el paragüero de casa.
--------------------------
EL BARULLO: DOS ENTRADAS SOBRE AMORES ESPECIALES.
No hay comentarios:
Publicar un comentario