domingo, 3 de abril de 2016

LAS PEQUEÑAS VIRTUDES

Leo a  Natalia Ginzburg en "Las pequeñas  virtudes":

 «Yo pertenezco a una familia donde todos llevan los zapatos fuertes y en buen estado. (…) Pero yo sé que también se puede vivir con los zapatos rotos». Y, después de contar algunos momentos de su vida, termina: «me preocuparé de que mis hijos tengan siempre los pies secos y calientes, porque sé que así debe ser, si se puede, al menos en la infancia. Es más, tal vez, para aprender después a caminar con los zapatos rotos, sea conveniente tener los pies secos y calientes cuando se es niño».

Y este fragmento, maravilloso:

" Creo que no hay que enseñarles las pequeñas virtudes, sino las grandes. No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia hacia el dinero; no la prudencia, sino el coraje y el desprecio por el peligro; no la astucia, sino la franqueza y el amor por la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; no el deseo del éxito, sino el deseo de ser y de saber». 

Esas grandes virtudes, que no se respiran en el aire, «deben constituir la primera sustancia de la relación con nuestros hijos, el principal fundamento de la educación. Además, lo grande puede contener también lo pequeño, pero lo pequeño, por ley de la naturaleza, no puede de ninguna manera contener lo grande».

Recordé  esas enseñanzas  de mis padres. También nos educaron para  las virtudes  grandes. A mi padre le brillaban  los ojos  cuando  hablaba  de libertad, de  dar  la  vida por  los grandes ideales - él  mismo  despreció por amor  una vida  fácil , que  le supuso  el destierro de su casa, y  ser  deshederado  por ello de por vida.

Un cuento de hadas muy sabio y antiguo cuenta la historia de un hombre que busca por todos los lados el tesoro sin precio —una flor azul .

Tanto buscar  , y resulta  que está  en el umbral de su casa. 

No es infrecuente que nos pase algo así. Buscamos esa flor soñada en lugares
remotos, viajes sorprendentes y extraños, experiencias apresuradas, y de pronto la descubrimos temblando junto a la ventana de nuestra cocina, con los pétalos empapados de leche. 

Estaba allí, a nuestro lado, y no lo sabíamos. Y lo raro es que una vez hallada no
sabremos qué hacer con ella, pues su naturaleza es estar de más. No  la  toques 

Pero entonces ¿por qué habría de sernos tan preciosa? El poeta se refirió a esas flores que de forma inesperada nos entregan los sueños de  nuestra infancia a  través de su aroma.  

Son flores  imaginarias, pero que obran sobre la realidad, puentes instantáneos  entre el hombre y las cosas. Que nos ponen en comunicación con el misterio de la vida, y vuelven habitable el mundo. 

Eso es  la familia, el hogar, el recuerdo  de mi niñez. 

Pues ya lo sabéis. Abrid  despacito la puerta  de su casa y mirad con atención al entrar. Cualquiera  puede ser el hombre o  la  mujer  del cuento, y encontrarse la flor azul en el paragüero  de casa.


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EL BARULLO: DOS ENTRADAS SOBRE AMORES ESPECIALES.

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