Con frecuencia recuerdo mi años de infancia. El que `puede recurrir a una infancia feliz está más preparado para vivir las resistencias de la vida. Así lo veo yo.
Era bonito ser niño allí, y bonito, sobre todo, ser hijo de Marisol y Carlos . ¿Por qué era tan bonito? He pensado con frecuencia en ello, y creo que ya tengo la respuesta. Tuvimos dos cosas que hicieron de nuestra niñez lo que afortunadamente fue: sensación de seguridad, y buen humor.
Nos sentíamos seguros junto a unos padres que tanto se querían y que siempre tenían tiempo para nosotros, cuando les necesitábamos, pero que por lo demás nos dejaban jugar y retozar libremente por el maravilloso lugar que Zaragoza representaba para unos chiquillos.
Tal vez no se quisieran tanto, pero así lo percibíamos. Se cantaba mucho, se reía mucho y, lo que para mi fue importantísimo, me dejaban hacer y decir todas las tonterías que sabia hacer: contar chistes, imitar a profesores, zascandilear, ir de aquí para allá...
Desde luego éramos educados con disciplina y en el temor de Dios, demasiado temor a Dios, la verdad . Una fe atormentada,aunque muy confiada en un Dios providente: rosarios diarios, acciones de gracias en Misa todos juntos arracimados alrededor de mi padre rezando el "Alma de Cristo..."
Así eran esos tiempos. Pero en nuestros juegos disfrutábamos de una libertad estupenda, y nadie nos vigilaba. Y nosotros no cesábamos de jugar y jugar, rayando casi en el milagro que un día cualquiera no nos matásemos.
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