Se han construido muchas metáforas de la pesca y de los pescadores. Tuve un jefe en una multinacional francesa, un pobre hombre , que presumía que un comercial no renegaba de ninguna pieza , "no se devuelve ningún pez al mar, por pequeño que sea: es la única manera de crecer", afirmaba.
A este pescador que veo desde la terraza de un bar parece que si picara un pez le incomodaría: dejar de estar pensando en nada acariciado por el sol de noviembre, recoger el carrete, mirar la pieza, a ver cuanto mide, y decidir si la ceno, o la devuelvo al mar.
Parece que ese hombre no está allí para pescar. Está para lanzar el anzuelo, contemplar la boya bailando al son del cantar del agua , y dejar pasar las horas desde esa silla de Emperador de la mar Océana.
Mientras, muy cerca de donde él está, el país se va hacer gárgaras.
Envidio a ese hombre. La boya que flota en el muelle es un planeta para este hombre. Y si alguna vez quieres rezar, esa es la actitud que debes tener.
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