Vas por las ciudades de este país y encuentras unos anuncios , bastante horteras, muy llamativos, que dicen "COMPRO ORO".
Imaginas las tristes historias que hay en ese "compro oro" de los que "venden oro".
Me dio una lástima infinita ver salir de uno de estos tugurios a un buen amigo la víspera de Navidad. Una escena de Dickens. Un hombre arrebujado en su abrigo, saliendo a escape para no ser reconocido, con la vergüenza del rijoso que sale de una casa de putas.
Tiene dos hijas, separado, y no le alcanza el sueldo.
Yo no tengo hijos, y él tiene ese oro que yo no puedo comprar. Pero los dos podemos tener el oro de la familia, el amarillo cegador del trigo en agosto, el del algunos soles al atardecer, la sonrisa de una madre. El oro de la corterza de una naranja.
El oro de algunos cuadros de Velázquez o Goya, o de algunas piezas de Bach, o de Verdi. El oro del champán reflejado en las pupilas de tu chica.
El oro del amanecer , cuando subes la persiana y abres la ventana y dices : ¡gracias!.
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