Al escritor Stendhal, al salir de la iglesia de la Santa Croce en Florencia, después de contemplar un mausoleo de mármol , una obra maestra , impresionado por su belleza, le vino un vahído , como si perdiera el conocimiento.
De allí viene lo que se conoce como el Síndrome de Stendhal.
Hay personas muy sensibles a la belleza , y ésta les altera el pulso , acelera el ritmo cardíaco , les da vértigo, incluso hay quien se desmaya.. Conocí un arquitecto que afirmaba en una de sus clases , "si cuando entran ustedes en la catedral de León no trempan , esta no es su profesión".
Miguel Ángel al ver terminado el Moisés le pegó un martillazo en la rodillay le grió: ¡¡¡HABLA!!!.
No sólo sucede ante la contemplación de una obra de arte, un cuadro, una escultura, una catedral.
Yo lo he sentido recordando un amor , hasta tal punto, que ese recuerdo me erizó los pelos de gallina de piel.
O rebobinando aquel encuentro con Juan Pablo II , su voz, cálida y grave, la caricia en mi nuca, y romper a llorar de nuevo.
Verme sentado de crío sobre la espalda de mi padre mientras hacía flexiones en camiseta interior de tirantes, y sentir ese vértigo de estar a hombros del dueño del mundo.
Evocar canciones que cantaste en nuestra adolescencia y juventud produce una dulce ebriedad como le sucedió a Stendhal.
Pero también puede llevarte al dolor, a degustar una cierta tristeza , incluso al rechazo de ti mismo, si al regresar a ese paraíso , a esa mirada que tanto te enamoró , la encuentras hecha cenizas, destruida por la enfermedad, o el olvido, porque ya no se acuerda de ti.
LA BARULLA: LA ISLA DEL TESORO
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