Veo un hombre frente a mi sentado en la butaca del vagón del AVE que nos lleva a Madrid. Duerme como un bendito, resopla mofletudo, abandonado, bocaneando .
La mano , relajada sobre la tripota, anuda unos dedos gorditos, salchicheros. Es una mano pequeñita.
Probablemente, este hombre, como todos, tendrá sus cuentas pendientes y asuntos de los que mejor no hablar. Habrá construido un personaje, o varios , en el Gran Teatro del Mundo, y representará su papel mal que bien, con sus miedos, sus obsesiones, sus odios...en todas las personas se intuye que hay un infierno.
Pero , en tiempo de siesta, como este que disfruto viendo al señor gordito, se entrevé a Dios en ese rostro de niño. Así es. Tan sencillo como eso.
Aunque , a veces, lo que resulta sencillo también puede ser desgarrador.
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