De regreso de un día de caza, un junio abrasador, recuerdo a mi padre acercarse a la linde de un campo de trigo y recoger unas espigas con la mano.
Mi padre era un hombre de una religiosidad atormentada, muy de su época y que, me temo, yo heredé.
Aquella tarde se refirió a Jesucristo en la escena donde sus discípulos son afeados por comer trigo en sábado. Y también glosó la parábola del trigo y la cizaña en la que Jesús dice esperar hasta la siega para separar uno de otra.
Algo se olía mi padre sobre mi en cuanto a mi catadura moral. Como si intuyese que dentro de mi también alguien sembraba mucha cizaña.
No se me olvida, rezando el rosario en casa, esa parada que hacía recitando las letanías , mirándome con cara de penica, y diciendo a continuación "refugio de los pecadores"...
A mi, la verdad, me jorobaba esa manera de señalar delante de la familia. Pero, en fin, eso es una familia.
Aquella tarde , mi padre restregó sobre las palmas de sus manos las espigas de trigo , aventó las mismas , y me mostró los granos de trigo, y me invitó a mascarlos.
Aquella tarde , mi padre restregó sobre las palmas de sus manos las espigas de trigo , aventó las mismas , y me mostró los granos de trigo, y me invitó a mascarlos.
- No probarás en tu vida un chiclé como éste.
Es cierto. Se formó en mi boca una pasta maravillosa, de un sabor que todavía hoy me llega dentro.
Después me dijo:
- Así hace Dios con las almas en el juicio: las aventa separando el trigo de la paja. Nos elevará a su altura y nos abrazará tiernamente.
Más tarde glosó :
- Dios nos cultiva y nos zarandea para liberarnos de la cáscara. Te pasa por el molino hasta blanquearte. Te amasa hasta ablandarte.
Yo no entendía nada y , en mi suspicacia adolescente, pensaba que no cabía en ese Cielo y que cuando mi alma fuese aventada por las manos de Dios , todo yo salía volando por los aires, sin peso, sin grano, briznas arremolinadas hacia ninguna parte.
Por entonces yo era un adolescente con granos en la cara y andares desgarbados , que imitaba actores de películas que me hacían reír a carcajadas.
Era como ese payaso que quiere que oigan sus canciones y versos, pero que no hacía ninguna gracia a la gente que, como mi padre, no estaban para escuchar mis tonterías.
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AQUÍ,EL BARULLO: LAS LÁGRIMAS DEL CABALLO.
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