Fui un alumno botarate, zascandil, trasto. Mi madre decía que, además, era un Adán.
A mi eso de ser un Adán me sonaba muy mal, si tenemos en cuenta como se representaba a nuestro primer padre.
Era muy mal alumno. Un zoquete. Culo de mal asiento. No paraba quieto , y no hacía más que imitar a profesores, hacer ruidos absurdos y carotas.
No tenía prejuicios. Mi abanico de amistades abarcaba desde lo pior de lo pior, hasta los más empollones. Podía hacer apuestas a ver quien escupía el lapo más lejos con un garjajo con pollo incluido, o ser monaguillo de la parroquia de santa Engracia con roquete y alba .
Siempre levanté preocupación moral en algunos curas que se empeñaron en darme buenos consejos. Me reprochaban el exceso de alegría, el cachondeo destempledo, el decir las cosas a tontas y a locas.
Mi padre a los once años me dio por imposible. Mi madre siguió su particular cruzada comprando zapatillas flexibles para darme en el pandero. Era un rabo de lagartija.
Hacer el idiota me salvaba de los pesares que me invadían en cuanto volvía a caer en mi vergüenza solitaria. Dios mío, la soledad del zascandil en su vergüenza por no hacer nunca lo debido. Y aquellas ganas de huir , sobre todo cuando me expulsaban del colegio,o el año que repetí curso....
Sentí muy pronto las ganas de huir. Pero ¿hacia dónde? Confusión. Huir de mí mismo para seguir siendo seguir siendo yo mismo. Yo era un Suso que no me sentía aceptado por los demás.
- ¡Cuando caerás del burro- !- suspiraba mi madre al verme como la barquilla de Lope , entre las olas solo.
Esas ganas de huir las reflejaba en las hojas de mis cuadernos donde repetía miles de veces mi firma, como buscando mi identidad perdida. Garabateaba mi rúbrica como jesúsmendive todo junto, por separado, jmendive, o jmzabaldica, o jesusmendive zabaldica, susomendive...¡un delirio de autófragos de lo más absurdo!
Estaba como una cabra. Un día a una profesora de francés le dibujé en un ejercicio que nos hizo entregar una margarita ,mi firma, y la frase " es usted muy guapa".
Al día siguiente me quería morir sólo de pensar lo que había hecho. Tenía doce años. La señorita no hizo ninguna mención a mi requiebro y me devolvió corregido el ejercicio sin ningún tipo de comentario.
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AQUÍ: EL BARULLO: NUNCA MÁS SERVIR...
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