jueves, 18 de febrero de 2016

LA TRABUCA DEL TRANVÍA.

Hubo un tiempo  en Zaragoza donde  viajaba en la trabuca del tranvía,  La trabuca era el  parachoques trasero  donde íbamos  gente   que se colaba. En ocasiones iba repleto de todo tipo de usuarios: chavales, gente mayor  que  no le alcanzaba para pagar el billete...

De  vez en cuando, el revisor salía  a zumbarnos pero,¡quiá!, era  cuestión de  saltar  y  esperar  que  arrancara el tranvía para volver a subir hasta la siguiente parada.   

Cada uno tendría sus motivos para  ir  en esas  condiciones (¡cuando pelaba el frío se pasaba  mal!): el mío era ahorrarme el dinero que me dejaba mi  madre  junto al bocadillo para comprar  tabaco en los ciegos (una peseta , tres Celtas).

Allí uno se sentía hermanado  por  la misma luz y la misma pobreza.Te abrazabas al  vecino , con un pie en el estribo y otro al aire, dejando  que  el  aire te acariciara, y agarrando los  libros al brazo. 

La vida  importaba nada  entonces. 

De los  mayores aprendías picardías , piropos soeces soltados  a  alguna muchacha  vestida a la ligera , de colores  vivos y sonrisa de buzón. Allí oí por primera vez, y última : ¡quién te  pillara cagando,moza!.

Reíamos  con una dicha inocente, que  empezaba y terminaba en ese estribo.Yo, la verdad, no sabía bien de qué me reía con doce años. Ver haciendo de cuerpo a  una  señora no me  parecía nada  del otro  mundo.

Después  descubrí que esa Zaragoza de mi infancia y adolescencia  no era una ciudad, sino una pulsión  espiritual , casi física,la  misma  que yo sentía  sin darle nombre : el placer  contra  el destino aciago,  la moral  sin culpa, la libertad de ir en trabuca sin importarte nada  riesgos ni el coste de  esa aventura.

Después de mucho tiempo , en horas donde me recojo  y  rebobino  mi vida  ,antes de dormir, me veo con doce, trece, catorce años , subido a esa trabuca, y en medio del naufragio de mi vida, cuando parece que la barca se ha ido  a  las piedras  , me quedo con la foto fija de  esa estampa.

Como una  buena  guía  frente  a mis  propias dudas y  contra  toda  clase  de  infortunios. Porque,entonces, fui muy feliz, sin tener  nada.

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1 comentario:

  1. La única forma de ser feliz es precisamente sin tener nada: nihil habentes et omnia possidentes.

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