Hubo un tiempo en Zaragoza donde viajaba en la trabuca del tranvía, La trabuca era el parachoques trasero donde íbamos gente que se colaba. En ocasiones iba repleto de todo tipo de usuarios: chavales, gente mayor que no le alcanzaba para pagar el billete...
De vez en cuando, el revisor salía a zumbarnos pero,¡quiá!, era cuestión de saltar y esperar que arrancara el tranvía para volver a subir hasta la siguiente parada.
Cada uno tendría sus motivos para ir en esas condiciones (¡cuando pelaba el frío se pasaba mal!): el mío era ahorrarme el dinero que me dejaba mi madre junto al bocadillo para comprar tabaco en los ciegos (una peseta , tres Celtas).
Allí uno se sentía hermanado por la misma luz y la misma pobreza.Te abrazabas al vecino , con un pie en el estribo y otro al aire, dejando que el aire te acariciara, y agarrando los libros al brazo.
La vida importaba nada entonces.
De los mayores aprendías picardías , piropos soeces soltados a alguna muchacha vestida a la ligera , de colores vivos y sonrisa de buzón. Allí oí por primera vez, y última : ¡quién te pillara cagando,moza!.
Reíamos con una dicha inocente, que empezaba y terminaba en ese estribo.Yo, la verdad, no sabía bien de qué me reía con doce años. Ver haciendo de cuerpo a una señora no me parecía nada del otro mundo.
Después descubrí que esa Zaragoza de mi infancia y adolescencia no era una ciudad, sino una pulsión espiritual , casi física,la misma que yo sentía sin darle nombre : el placer contra el destino aciago, la moral sin culpa, la libertad de ir en trabuca sin importarte nada riesgos ni el coste de esa aventura.
Después de mucho tiempo , en horas donde me recojo y rebobino mi vida ,antes de dormir, me veo con doce, trece, catorce años , subido a esa trabuca, y en medio del naufragio de mi vida, cuando parece que la barca se ha ido a las piedras , me quedo con la foto fija de esa estampa.
Como una buena guía frente a mis propias dudas y contra toda clase de infortunios. Porque,entonces, fui muy feliz, sin tener nada.
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La única forma de ser feliz es precisamente sin tener nada: nihil habentes et omnia possidentes.
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