viernes, 30 de octubre de 2015

MADRE DE LOS BRONCAS.


María, madre, cuando mi padre me hablaba de ti  parecías  tan extraordinaria.

Recuerdo que te buscó en muchos lugares de peregrinación  intentando verte, tocarte, mirarte: Garabandal, Ladeira, el Palmar. 

Yo, entonces un chaval de 15 años, tenía miedo de tanto milagro, hechos  maravillosos, cosas rarísimas : ángeles que cantaban, curaciones de endemoniados... sí, me  educaron en el temor a ti.

Para mi no eras una madre, eras  una señora que amenazaba con mensajes  apocalípticos muy poco maternales.

Después mi padre se alejó de ese mundo histérico y supersticioso. Y aprendí a  quererte  de otra manera. 

Que seas virgen o no  me preocupa bien poco. Aprendí a tratarte como madre.

Te he cantado canciones estando a solas , he pedido  en silencio que me beses...siempre acabo en tus brazos.

Contigo me siento único , como si fuese la única persona sobre la faz de la tierra que sepa que eres mi madre. Me encanta mirar atrás y ver  como eres conmigo. Me  haces querer  ser sincero y bueno.

Y creo que la mayoría de la gente se pierde eso de tí. Siguen con tus mensajes de ira y fuego, de señora pesada y llorona. Los conozco bien, y  me  pregunto:  ¿como pueden escuchar que si os va a pasar esto, y lo otro, y no  darse cuenta  de  que con sólo las pocas palabras que has dicho en el Evangelio cualquiera se da cuenta de que eres   la mujer más maravillosa que existe? 

¿Soy yo el raro, madre?


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