He conocido niños heridos, y han crecido así, con unas carencias profundísimas.
No fueron bienvenidos al mundo porque nadie les esperaba.
Nadie les festejó ni mucho ni poco que estuvieran allí.
No les prepararon un lugar especial donde vivir.
Ni se alegraban que fueran como eran.
No escucharon la frase “no te abandonaré, pase lo que pase”.
Ni oyeron unos labios que dijeran “me alegra mucho que seas un niño (o una niña).
O “me gusta alimentarte, bañarte, cambiarte los pañales y pasar el tiempo contigo”.
Hoy, cuando han pasado muchos años desde aquellos días de la infancia, podemos aliviar y sanar esas carencias, porque el niñ@ sigue allí, paciente en su dolor y su miedo.
Hoy podemos pasar a positivas esas frases que no escucharon.
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