Dicen que somos competitivos por naturaleza. No sé.
Yo lo fui. En los jesuitas de mis años mozos se educaba según esa premisa : ediles de todo tipo, medallas, sellos de eminencia, demérito, de distinción. El problema lo teníamos quienes no teníamos ni sellos, ni eras edil, y las calificaciones llegaban a casa cruzadas de rayas rojas.
Las mías parecían la bandera de la Tradición Carlista.
Se hizo un curioso experimento para conocer las circunstancias en que el hombre ofrecía el máximo rendimiento. Se puso una serie de individuos tirando de una cuerda conectada a un extensómetro. La conclusión a la que se llegó es que cuando aumenta el número de personas para realizar una tarea, disminuye el esfuerzo individual.
Es experiencia común que en el socatira siempre hay un vago que pone caras, grita, resopla...pero sudar, lo que se dice sudar, ni una gotica, maño.
Esto en las grandes corporaciones sucede mucho; gente que vive del cuento.
Incluso en asociaciones religiosas, donde las masa diluye la piedad individual en una sopa densa de gestos en la muchedumbre. A esas multitudes les da la impresión de que al cielo se va como entran en el Tour un equipo en la contrareloj.
Es mentira, pero les da igual: se está bien camuflado en un rosario rezado por miles de personas.
Pero si atendemos al fondo del asunto, oímos a Jesús hablando de las parábolas del uno: un dracma perdido, una oveja descarriada, un hijo pródigo, un buen samaritano, un leproso que regresa, un buen ladrón, una viuda , una enferma con flujos de sangre...
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LA PUTA ARTURETA
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