domingo, 3 de enero de 2016

CARA NORTE

Recuerdo  el primer  retiro  espiritual que hice en la Quinta Julieta, una casa  de ejercicios  que tenían los jesuitas en Zaragoza.

Lo impartió el padre  Martínez Bres,un sacerdote de la orden de san Ignacio experto en  torear en esas  plazas.

No se  me  olvida  la minuciosa descripción de  la  que sería mi  propia  muerte ,  los estertores de la agonía, la putrefacción del cuerpo que sería pasto de los gusanos, y el merecido castigo del fuego eterno que  habían dejado el terror consolidado para siempre en la  nuca de mi alma.

Y  como "cada espina de la corona que  clavaron a Jesús la  habías  empujado tú con tus pecados".  

Crecí  atormentado , volcando mi  rebeldía contra ese  miedo. Porque yo  no quería  ser así.

Hay que imaginarme con el rostro plagado de acné arrodillado en las decenas de  confesionarios de la ciudad de Zaragoza , confesando  mis pecados con un sacerdote de voz atiplada ,  mientras  vertía en la oscuridad  mis  malos pensamientos y las   faltas  de la carne, mal  nombradas y susurradas. Cada vez que me atascaba, frenado por la  vergüenza , el padre me daba un bofetadilla cariñosa  y me  animaba a seguir , como quien espolea a un potro que rehúsa saltar el obstáculo. 

Salía muy contento de allí, pero sabía que, una vez perdonado, volvería a caer y después sería roído de nuevo por el remordimiento. 

Era  como la  pelota que lanzas desde la altura y al sentir el suelo , rebota, y vuelve  a subir , rechazando el barro. Pero, ¡ay!, subes a menos altura, y vuelves  a caer, hasta que chocas de nuevo con  la realidad del suelo, y vuelta a  ascender...

Y así siempre. Ése fue el légamo cenagoso del que  después  he intentado huir  toda  mi vida.

Venía de unos  padres profundamente católicos, con una fe  también atormentada. En la  quesera de mi   subconsciente  la yogurtera  era ácima y  amarga.

Después conocí otra fe, otro Dios,otra forma de amar. Pero, bueno, allí sigue agazapado todo el aluvión de limo podrido que en mi alma   se había posado en el colegio de El Salvador, en casa  de  mis padres , en los clubs  juveniles , y que  se desborda desde aquel lejano confesionario de la adolescencia a las páginas  de  "El Barullo", "La  Barulla", "En lo secreto" ,  que no es sino el cuaderno de bitácora de un pobre  hombre , navegante en el  asfalto, que encuentra Ítaca dentro del vertedero de mí mismo. 

Te dirá un secreto . Tu vida es una  montaña que debes ascender poco  a  poco, pero  por  la cara norte. Es  muy posible que personas  que te han  querido, y que tú has querido , se hayan despeñado al conocerte en esa  ascensión.

No  te  preocupes. Los ocho miles  nunca han sido fáciles de  ascender, ni  para ti, ni  para nadie.

1 comentario:

  1. Cuando pienso en mi muerte nunca me represento el cuerpo en descomposición. Pienso en el alma que se separa, sale volando y comienza una vida propia. El cuerpo ya no soy yo: ahora soy solo alma.

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